viernes, 28 de diciembre de 2012

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La observó a través del cristal de la cafetería, con la seguridad y el anonimato que le proporcionaban las gafas de sol tras las que se ocultaba. El cuello de su jersey caía descuidadamente hacia un lado, dejando a la vista un hombro blanco como la nieve, tan sólo mancillado por un delicado lunar, allí donde la clavícula se hundía. Escribía desordenadamente sobre un cuaderno viejo, gastado, apretando con fuerza el bolígrafo en su mano. Su pelo caía en pequeños mechones que le rozaban la nariz, pecosa, delicada, como toda ella. Las gafas se le iban bajando poco a poco, y de vez en cuando levantaba la mirada, perdida, ausente, y miraba a su alrededor. Parecía buscar algo.

La fascinación que le producía una escena tan cotidiana le hizo aventurarse al interior de la pequeña cafetería, sortear la infinidad de sillas de madera, y llegar a la única mesa que tan sólo tenía un huésped. Ella levantó la vista, como había hecho tantas otras veces, y trató de centrarla en él, volviendo a la realidad de su taza de café. Le sonrió.

- Hola.
- ¿Quieres ser mi musa?

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