martes, 6 de agosto de 2013

A la deriva.

Caigo.

Entre nubes. Nubes negras de ansiedad, de necesidad y de dolor. Caída libre, distancia infinita. No hay modo de parar, no hay manera de ascender, sólo puedes gritar hasta quedarte sin aliento, hasta que tus pulmones estén vacíos, para luego volver a coger aire. Y seguir gritando. La caída es larga, la caída es eterna. Dicen que la mente se queda en blanco cuando caes, mas es mentira. Son tantos los pensamientos que colapsan tu cerebro que ya no sabes si gritas por la adrenalina y el miedo a la colisión o para expulsarlos todos de una vez por todas. Todo es caos, viento en el rostro congestionado de sufrimiento, visiones fugaces de lo que pasa a tu alrededor, ruido silencioso de la nada.

Y en medio del caos, escuché una voz: "Tienes que dejarme ser tu paracaídas."

No hay modo de parar, no hay manera de ascender. Pero puedes amortiguarlo. Puedes aletargarlo. Puedes hacer que el basto caer mute a leve vaivén. Puedes disminuir el sufrimiento.

"Tienes que dejarme ser tu paracaídas."


[...]


Lo que entonces yo no sabía es que los paracaídas van a merced del viento.

sábado, 3 de agosto de 2013

Crudo.

El absurdo fantasma del pasado que siempre me torturó en sueños ahora no es más que un fantasma decrépito que vaga sin honor, buscando un hueco en mi mente como despojo.