viernes, 28 de diciembre de 2012

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La observó a través del cristal de la cafetería, con la seguridad y el anonimato que le proporcionaban las gafas de sol tras las que se ocultaba. El cuello de su jersey caía descuidadamente hacia un lado, dejando a la vista un hombro blanco como la nieve, tan sólo mancillado por un delicado lunar, allí donde la clavícula se hundía. Escribía desordenadamente sobre un cuaderno viejo, gastado, apretando con fuerza el bolígrafo en su mano. Su pelo caía en pequeños mechones que le rozaban la nariz, pecosa, delicada, como toda ella. Las gafas se le iban bajando poco a poco, y de vez en cuando levantaba la mirada, perdida, ausente, y miraba a su alrededor. Parecía buscar algo.

La fascinación que le producía una escena tan cotidiana le hizo aventurarse al interior de la pequeña cafetería, sortear la infinidad de sillas de madera, y llegar a la única mesa que tan sólo tenía un huésped. Ella levantó la vista, como había hecho tantas otras veces, y trató de centrarla en él, volviendo a la realidad de su taza de café. Le sonrió.

- Hola.
- ¿Quieres ser mi musa?

domingo, 23 de diciembre de 2012

D.G.

Hoy he vuelto a acordarme de ti. He vuelto a recordar tu sonrisa, tus rarezas, tu guitarra, eternamente pegada a tu hombro, tus manos suaves que olían a padre, tus viejos vaqueros rotos y tu camiseta de rayas. Esa que siempre me dejabas ponerme.

Hoy he vuelto a recordar el arco en el que solíamos quedar, los bancos donde solíamos sentarnos y el sitio exacto en el que nos tumbábamos a escuchar el río y a mirar las nubes.

Tus palabras dulces, tus caricias inocentes, tu mirada de crío. La sabiduría que se escondía detrás de cada pequeño gesto, tu miedo, tus celos, tu risa, tu pelo.

Pero luego he despertado. Mi mente se ha adentrado en esa zona que suelo prohibirle, descubriendo allí todo cuanto hice por olvidar. Y entonces he seguido recordando.

Recordando tus maneras toscas, tus repentinos cambios de humor, tus mentiras, o tus falsas verdades, esa rebeldía contra todo y hacia nada, el deseo de ir siempre a contracorriente, tu afán por meterte en líos, esas tardes que estuve esperando en nuestro arco durante horas, mirando a todos lados, deseando fervientemente ver esos vaqueros, esa sonrisa, esa guitarra al hombro...sin resultado alguno, por supuesto.

Y sí, quizás te eche de menos. Y sí, quizás incluso te necesite. Y sí, me hiciste feliz.

Pero no sé si eso equilibra mi balanza, D.G.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Zulo.


Todo estaba oscuro. La habitación apenas tenía ventilación siquiera. No había hueco posible por el que pudiera salir toda la mierda acumulada allí dentro.

                Ella no se daba cuenta de todo esto. Ya estaba acostumbrada. Llevaba demasiado tiempo viviendo así. Su maltrecho cuerpo no notaba las rozaduras de los escombros que la rodeaban. En otro tiempo, quizás, alguien pudo disimular todo lo que allí dentro había, y tratar de convertirlo en algo bello con falsas fórmulas y sentimientos vacíos. Pero cuando se fue, el mal fue más espeso, y la oscuridad más densa.

Y ella siguió consumiéndose. Sus ojos se adaptaron a la falta de luz, su corazón a la falta de calor. Muchos intentaron entrar, pero no sabían por dónde empezar a derribar las paredes de aquel zulo infernal. Algunos se rindieron a la primera de cambio. Pocos aguardaron, insistieron o siguieron luchando por estar ahí. Ella era ajena a todo esto. Seguía sin haber luz. Apenas cabía nada más además de su cuerpo, desnudo y desvalido. A pesar de todo, no se estaba mal allí. Nunca hacía calor, no molestaba la luz; era un fantástico escondite. Ella podría salir a mirar el exterior si quisiera, pero no iba a hacerlo. Todo cuanto podría querer estaba allí dentro, entre los viejos recuerdos y los sentimientos oscuros. Entre esas cuatro paredes cabía su mísera vida.

                Por eso apenas fue consciente de que algo duro y brillante pululaba a su alrededor, buscando una entrada para sí, una salida para ella. Por eso no se dio cuenta de que lo llamaba a gritos de silencio, tratando de hacerse oír a través de los muros de su infranqueable coraza. Por eso no se percató de que poco a poco iba consiguiendo abrir una pequeña ventana. Por eso no estuvo preparada cuando la luz atravesó aquella oquedad y la cegó, dañando sus ojos.

                Gritó. Dolía.

                Pero apenas hubo pasado un poco de tiempo, sus párpados se abrieron tímidamente, y sus pupilas observaron el mundo.

                Y allí estaba él.

                Él le devolvió la luz. 


Sueñas, sonríes, piensas que es diferente... y de repente, se muestra tal y como es.

Espantosamente humano.
Dolorosamente humano.

Ya te lo has llevado todo.

Páginas.

No sé por qué motivo creo algo que no va a ser visto. Tal vez el miedo a volar me pueda, como ha ocurrido siempre, y por eso el anonimato sea mi mejor amigo en estos casos. Tan sólo sé que las ganas de mostrar lo que ocurre entre el corazón y el alma y la incapacidad de hacerlo me reconcomen poco a poco, y quizás sea eso lo que me impulse a estar aquí, pulsando frenéticamente las teclas de mi ordenador.

No sé cuánto durará ésto, ni si merecerá la pena. Ni siquiera sé si habrá mas entradas a parte de ésta.

No puedo decir sobre qué voy a escribir, porque no lo sé. Al parecer sé muy pocas cosas.

Bienvenidos.