martes, 29 de enero de 2013

De esto que hasta levantarte cada mañana te parece un mundo.

Conversaciones ajenas que se introducen en tu cabeza y causan estragos en tu debilitada sensibilidad. Palabras hirientes y poco pensadas que no saldrán de tu boca. Gritos de silencio. Largos tragos de cerveza. Caladas, humo. Bailes de lágrimas en la oscuridad de tu habitación. Inundación de apuntes sobre el escritorio. Inundación de labores que hacer cada día. Falta de tiempo, falta de que pase el tiempo, falta de sentir el tiempo. Tic, tac, tic tac. Levanta la persiana. Mira a tu alrededor. Extraña. Busca. No encuentres. Sigue buscando. Colores que se terminan tornando negros, negros que se vuelven grises y grises que se vuelven blancos, que vuelve a dar lugar a colores. Luces, sombras. Más sombras que luces, más luces que sombras, qué mas da. Ambas son necesarias. El murmullo de la tele, de la radio, o del hijo de puta que tienes al lado en el autobús. Móviles que no paran de sonar, y mientras tanto el mio tan callado. O quizás sea al revés, ya no lo recuerdo. Tinta. Tinta. Tinta. Tanta tinta y tan pocas palabras. Palabras que fluyen en la cabeza pero no sobre el papel. Más tinta.

Desquicie. Descanso. Desesperación.

Desiste.

sábado, 12 de enero de 2013

Oni...rico.



[...]

Ella era como una cebolla. Le rodeaban tantas capas que casi tenía la certeza de que nadie tenía la más remota idea de cómo era realmente. Incluida ella misma.

No anhelaba otra cosa más que alguien que pudiera quitarle todas esas capas, librarle de ese peso, ver su interior y aceptar aquello que se escondía ahí dentro.

Pero a pesar de ésto, cuando él llego y la desnudó entera, echó de menos sus capas.

La cebolla volvió a cubrirse.