sábado, 30 de mayo de 2015

Éire.

Llegué huyendo. De todo. De todos. Llegué escapando de caras que me saludasen por la calle, buscando el anonimato. Buscando conversaciones triviales con gente que no viese más que lo de fuera, huyendo de cualquiera que traspasase la fachada.

Llegué con la intención de enfriarme. Con la intención de mojarme lo mínimo, y sobrevivir siempre resguardada de cualquier adversidad. Con la intención de adquirir más capas que me protegieran de la intemperie.

Y huí. Y salió bien. Hasta que traspasaron la fachada. Hasta que me saludaron por las calles. Hasta que una desconocida en un mar inmenso de gentes se sintió parte de ese mar. Una gota más.

Y me enfrié. Y salió bien. Hasta que empecé a mojarme. Hasta que me di cuenta de que las capas humedecidas pesan demasiado, y que cuando llueve se va mejor con un simple chubasquero. Hasta que tiré el paraguas. Hasta que empecé a valorar la lluvia en mi pelo. El olor constante a mojado. Y estaba fría, pero no seca.

A partir de entonces, todo salió mejor.

Gracias.