domingo, 30 de marzo de 2014

"La vida es roja si te vas...

...y me derrota igual que en los sueños."

Los pies se me hunden en el barro y pesan como si sobre ellos reposara el peso de todos los errores de cometí, de todos los besos que no te di, de todas las veces que callé lo que quería salir de mi, de todas las lágrimas que me guardé. El tiempo se ralentiza a medida que mi frecuencia cardíaca aumenta. Las voces se solapan unas con otras y se amontonan en mi cabeza y ya no sé quién me habla y quién me insulta porque todos gritáis. Mis oídos pitan por el silencio y duelen por el estruendo. Las manos me sudan, y me retuerzo los dedos para no retorcerme el pescuezo. Y mis ojos.

Mis ojos sólo pueden ver tu espalda. Tu espalda en la nada. Y lucho por llegar a ella, por tocarte, por abrazarte, pero los pies me pesan, el corazón me va a explotar, mi mente está colapsada por desconocidos y el estruendo del silencio es tan grande que mis sudorosas manos tapan mis oídos sin que me de cuenta. Debo parecer aún más loca que habitualmente. Creo que esto es a lo que llaman un shock. 

Contra todo pronóstico, logro llegar a tu espalda. Pero me da miedo tocarte. Me da miedo no saber qué expresión va a reflejarse en tu rostro cuando notes aquel contacto que un día te hizo sonreír y que ahora desechabas. Intento rodearte para poder tratar de ver la verdad en tus ojos. Pero no hay manera posible de asediarte. Da igual cuánto gire, da igual cuánto avance, sólo veo tu espalda. Sólo eres espalda. No hay nada más que un muro de carne y hueso entre tú y yo, no hay nada más allá de ese muro, no hay sonrisa, ni mirada, ni voz, ni manos cálidas.

Me has dado la espalda. Para siempre. 

Yo te quería, vida.