martes, 5 de noviembre de 2013

F.

Todo comenzó cuando me pidió un beso. En terreno desconocido, entre abrazos sin intención y miradas con más significado del que ambos podíamos percibir. Pájaros en el estómago, mariposas en la cabeza. Y mis dos mitades se dieron la mano por un momento para desobedecer la advertencia, y caí.

Porque con cada palabra desabrochaba un botón de esa camisa de fuerza que siempre coartó mi libertad, y de la que el hábito había hecho mi hogar. Y con cada caricia suya olvidaba lo aprendido hasta el momento y me adentraba más en el abismo del no saber. Y el vértigo se convirtió en mi mejor amigo, en un sentimiento agridulce.

"Dame un beso. Sólo uno."

Todo comenzó cuando me pidió un beso. Sólo uno. Porque el resto no tuvo que pedirlos.