Al principio, todo era nada. Al principio ni siquiera había
un principio. Al principio, una niña de siete años escribía cartas que no
correspondían a sus escasas vivencias. Al principio nadie veía a la niña salvo
quien quería verla, quien permitía que sus ojos se adaptasen a las sombras. Y
ella lo sabía, y su lúgubre entorno era cómodo, y pequeño, como ella.
Luz no sabía nada de esto entonces. Luz alumbraba vidas y
propagaba paz. Luz permitía ver las cosas con claridad incluso sin saber que lo
hacía. Luz era envidiado, era temido, era deseado. Luz arrasaba por donde iba, Luz irradiaba seguridad.
Cuando Luz se encontró con la pequeña niña Sombra,
alumbrarla se convirtió en reto. Cuando la niña se encontró con luz, entender
la fuente de toda esa energía fue su Biblia. Se convirtieron en dos imanes que
giraban sin parar, alejándose cuando estaban demasiado cerca, acercándose
cuando estaban demasiado lejos. Se convirtieron en dos astros orbitando uno con el otro, sin llegar a tocarse nunca, sin poder escapar de la atracción jamás. A veces, la niña Sombra quedaba parcialmente iluminada cuando Luz se le acercaba demasiado. Y
se asustaba, y huía más. La pequeña niña Sombra solía estar cómoda en la oscuridad. Pero
estaba imantada a Luz.
Luz era osado, y no le temía al aura oscura de ella. Luz
sabía toda la oscuridad que dejaba tras de sí. Luz tenía una cara que siempre
permanecía escondida, y en ella escondía su propia oscuridad para que nadie
pudiese verla. La niña Sombra pudo verlo. La niña Sombra pudo ver que luz no
era tan diferente a él. Luz era fuerte, era valiente, era tenaz. Eso era lo que hacía su naturaleza. Pero a veces, luz
era vulnerable.
Luz y Sombra llegaron a acercarse tanto que ella quedó
totalmente iluminada por él. Él pudo verlo todo. Vio lo que la oscuridad
había ocultado siempre. Vio a la pequeña sin filtros, sin opacidades, la vio
sin pasado a sus espaldas y sin futuro en sus ojos. La vio íntegra. Y no se
fue. Se quedó allí, iluminándola. Hasta que ella tuvo luz propia. Perdiendo parte de sus energías para pasárselas a ella. Y proyectó
todas sus sombras tan lejos que por un momento fueron casi inexistentes. Sombra
lo abrazó. Y tocó esa parte oculta, esa parte oscura, esa parte llena de
sombras de Luz. La tocó con sus manos contagiadas de la paz de las de él, y
apaciguó su oscuridad con su claridad prestada. Sombra curó a Luz con su propia luz.
Ahora Luz y Sombra son uno. Ahora no se ve dónde termina
uno, y dónde acaba el otro. Ambos tienen sombras. Ambos tienen luz. Y cuando
uno se apaga, el otro brilla tanto que irremediablemente radia al otro con su
energía. Ya no se sabe cuánta luz de Sombra es de Luz. Ni cuanta sombra de Luz
es de Sombra. Él carga con parte de la de ella para facilitarle el camino. Ella le devuelve su propia luz cuando él la necesita.
Esta es sólo la historia de la pequeña niñita de 7 años que
escribía cartas a Nada en la oscuridad de su habitación. Luz se ha cruzado con
muchas más almas en el camino. Luz sigue alumbrando vidas.
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