"Y escucha éste, que es otro de mis grandes secretos a voces: no sé estar sóla, y tampoco sé estar acompañada.
Y me pesa tu ausencia."
La última palabra estaba emborronada. Seguro que por agua salada. Miró por la ventana y vio el tibio atardecer sobre la arena y las rocas, y el poder de las olas, tratando de vencer a la gravedad. La echó de menos. Pero no se lo iba a decir. Eso le haría débil. Y él era fuerte, al menos antes de conocerla a ella.
Ella no miró atrás. Él no la retuvo.
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