domingo, 24 de febrero de 2013

Charlotte.

La niña lloriqueó contra el ancho hombro de su padre.

-No...
-Vamos, exagerada. Sólo estaré fuera unas horitas, y cuando mañana por la mañana te levantes ya estaré durmiendo en la cama de al lado. Te quedarás con la Señora Simons, esa que te hizo esas galletitas tan ricas el otro día. Se te va a pasar el tiempo volando. Ya verás.
-¿Pero por qué te tienes que ir de noche?
-Porque es lo que quieren los que mandan en la fábrica. Y sabes que papá lleva mucho tiempo buscando un trabajo, así que no puedo negarme el primer día. Vamos, Charlotte, eres una niña lista, sé que lo entiendes.

La pequeña se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y asintió, sorbiéndose la nariz y sollozando quedamente.

-Bien. ¿Sabes una cosa? La fábrica es muy grande, y tiene unas chimeneas tan grandes que el humo que sale por ellas se ve desde la ventana del cuarto de estar. Haré como los indios, ¿de acuerdo? Cuando veas aparecer el humo, piensa que soy yo, dándote las buenas noches, y vete a dormir contenta.- Le acarició la melena rizada mientras la acunaba contra su pecho. La niña sonrió.

.../

Charlotte se despertó al escuchar la explosión. El humo de papá había aparecido pronto, y haciéndole caso, le dio las buenas noches a la Señora Simons y se fue a dormir. Ahora el humo que se veía desde la ventana del cuarto de estar no era fino y grisáceo. Era negro, y salía en grandes nubarrones. La pequeña se escondió debajo del edredón, escuchando los gritos de la gente en la calle, y esperó a que todo pasara.

Papá no regresó.

Desde ese día, cada noche, desde la calle, se podía ver a una niña de ojos tristes asomada a la ventana, sonriendo nostálgica ante las señales de humo de su padre.



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